No siempre es desidia, es peor la eficiencia selectiva:

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Caso 1: almacén de barrio, tardecita de pueblo. La dueña cuenta a los presentes que en los más de diez años que lleva abierto su negocio nunca recibió la visita de un inspector de bromatología, para verificar la temperatura de sus heladeras, o la limpieza del lugar. Pero que la semana pasada sacó una pizarra a la calle y puso ofertas escritas con tiza, y el mismo día un inspector municipal de Comercio se acercó a comunicarle que debía pagar por aquella «publicidad en la vía pública». Eficiencia selectiva: no importa el estado bromatológico de lo que comen los vecinos, pero si la posibilidad de recaudar un poco más.

Caso 2: el avance de la tecnología ha simplificado tremendamente muchos aspectos y las fotos satelitales son un ejemplo. Un arquitecto contaba días pasados que el porcentaje de superficie construida, si no se lo declara, el Estado rápidamente lo detecta con sus herramientas de análisis de fotos satelitales, procede con las multas y recálculo del impuesto correspondiente. Es la misma herramienta que permitiría sin ningún tipo de trámites también, igual de rápido y de automático, determinar los estados de emergencia o desastre en los predios rurales por inundaciones o sequías. Pero de nuevo: es la eficiencia selectiva del Estado que demora meses por estados de emergencia pero en horas imprime una multa en el otro caso.

Caso 3: una de las discusiones permanentes desde el 83 a nuestros días es la financiación de los partidos políticos. Nada se ha hecho, aún con denuncias y sospechas de por medio. Pero el mismo Estado muestra una velocidad increíble para tener una radiografía de sus contribuyentes, y detectar hasta un mínimo gasto que se extralimita en una tarjeta de crédito. Es el mismo Estado, pero con distintas voluntades en un caso y en el otro. Eficiencia selectiva.

No siempre lo peor es la desidia del Estado que de por si es ya extremadamente mala. A veces suele ser mucho peor, si pudiera serlo, la eficiencia selectiva. Porque deja demostrado que cuando el Estado quiere, el Estado puede. Es decir que su ausencia no implica necesariamente impericia: en muchos más casos de los que imaginamos suele estar mirando deliberadamente para otro lado.

Fuente: CampoInfo

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