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¿Por qué visito a los presos políticos? No voy a salir del paso con la respuesta fácil. Ni por caridad ni por sentido cristiano, voy porque siento que se los debo, por respeto, gratitud y porque aprendo mucho con ellos.
Fotocopia de DNI, 2 fotos carnet, el pianito de tinta para las huellas digitales y las preguntas de rigor, antes de pasar a un cuartito donde te palpan para que no ingreses nada entre la ropa. Una y otra vez, aunque te conozcan de memoria.
El “lujoso instituto”, descripto por Luciana Bertoia en Página 12 tantas veces, sirve como prueba de cuánto se miente desde el panfleto de la Orga. de los DDHH para su poderosa industria prevaricadora del juicio y las indemnizaciones.
Un señor mayor, oficial del ejército, camina en derredor a una cancha de tenis que Bertoia describió como “un estadio que no tiene nada que envidiarle al Centre Court de Wimbledon”. Otra mentira mercenaria, entre tantas, de Luciana Bertoia, el anciano militar preso camina por un sendero de 30 cm de ancho y el pasto de todo el resto del predio abandonado, supera sus rodillas.
Un ejército de jóvenes, personal militar uniformado (hace años que no puedo llamarlos soldados) armados con bordeadoras, cortan los fachinales de las calles de acceso y miles de bolsas y envases de plástico quedan expuestos a la vista.
Todo está a tono con la densidad del aire pesado que se respira en el “lujoso instituto” de Campo de Mayo que parece dirigido por Horacio Verbitsky.
Camino hacia el salón de las visitas, me viene a la mente el discurso en el congreso del Comodoro, piloto de A-4B Pablo Carballo, héroe de Malvinas, cuando preguntó qué es lo que corre por las venas de los argentinos indiferentes.
Recordé el hundimiento del ARA San Juan con su restauración kirchnerista, que yace en el fondo del mar con 44 tripulantes a bordo.
También refresqué la memoria sobre el destructor ARA Santísima Trinidad, escorado y hundido en enero de 2013, en el muelle de la Base Naval de Puerto Belgrano.
Desde 1983, la constante es la franca decadencia, la humillación y el olvido, no sea cosa que se recupere la autoestima y la moral.
En el salón de visitas hay una reserva de dignidad a la que no han podido doblegar.
En ellos, la chusma terrorista no ahorra calificativos aberrantes, pero no se quiebran ni se doblan, son de una raza superior en medio de la mediocridad cobarde de la gentuza que los arrumbó en ese rincón, creyendo que con ellos confinan a los demonios propios… y a la vergüenza por la negrura de espíritu vengativo que les carcome su alma terrorista.
Allí me encuentro con soldados de la guerra sorda y muda, esa que nadie ve ni reconoce, esa guerra que todos, vos también, sabemos que ocurrió.
No hago un listado por no ser injusto omitiendo involuntariamente a algún soldado, pero ahí están y me reciben con alegría hablando de todo, como en el living de su casa.
Con ellos aprendí a ver y apreciar el amor a la Patria, aunque la Patria no los ame, pero también aprendí que el soldado combate porque su acción y sacrificio son guiados por el sentido del deber para el que han sido formados y educados.
Es fácil y romántico hablar de Malvinas, porque el enemigo es inglés, pero meterte con el “Operativo Independencia» de nuestra guerra antiterrorista, te convierte en apólogo del delito y “genocida”.
Gracias a la propaganda terrorista y a la ciudadanía que calla, otorga y convalida la injusticia con indiferencia, es que el terrorismo que perdió la guerra, hoy vive enquistado en el estado, imponiendo su relato y manipulando el pasado y el destino del país.
Pensalo, todos somos responsables.

