En la década del 80, cuando retornaba la democracia, el entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires Alejandro Armendáriz nos dijo a los habitantes de ésta región del noroeste provincial ante el enésimo ciclo de inundaciones: «Hay que acostumbrarse a convivir con el agua». Nos indignamos, hubo movidas para declararlo persona no grata, tuvo que ensayar una retractación que nadie creyó. Cuarenta años después y con varias inundaciones a repetición, quiero «reivindicar» la figura de aquel político, porque al menos fue el único sincero.
Todos los funcionarios que lo sucedieron fueron bien distintos: mostraron planos, armaron maquetas, pusieron a ingenieros a hablar horas, metieron alguna máquina a trabajar para la foto en épocas electorales. Pero también 40 años después estamos bajo agua, igual que el día en que el gobernador Armendáriz cometió aquel sincericidio. Si es real aquello de que a la gente se la evalúa por lo que hace y no por lo que dice, con sus actos todos nos acostumbraron a convivir con el agua. Pero uno sólo se animó a decirlo: Alejandro Armendáriz.
Ironía apagada…