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El caso de quienes hoy reclaman respuestas urgentes a las autoridades —como ocurre en buena parte de la Provincia de Buenos Aires, acosada por las inundaciones— es un laboratorio perfecto para observar los vicios que vienen alejando a la política de la gente.
La primera evidencia es el reflejo automático con que muchos dirigentes convierten cada pedido en una promesa. Más que gestión, hay relato. Una disociación preocupante entre lo urgente y lo importante: lo que la ciudadanía exige son soluciones concretas, pero lo que recibe en cambio son paliativos. La política en tiempos de redes se volvió especialista en escuchar, pero no en oír. Ya no busca comprender; solamente comunicar.
Así, toda necesidad social se transforma en moneda de cambio. El dolor social cotiza políticamente en una buena foto. Pero se responde al síntoma, nunca a la causa. Se atiende la fiebre, no la enfermedad.
Esa lógica —más reactiva que proactiva— explica en parte por qué crece el desencanto. No es la política en sí la que decepciona, sino quienes la ejercen. La dirigencia dejó de marcar agenda y corre detrás del tema del día, con declaraciones que duran lo que un tweet. Han dejado de representar para dedicarse a sobrevivir al enojo social.
Duele comprobar que la política ya no es el espacio donde se construyen soluciones, sino el escenario donde se administran frustraciones. Mientras los dirigentes miden cada palabra para no perder votos, la sociedad mide cada promesa; y una gran parte de ciudadanos ya ni siquiera concurre a votar.
Fuente: CampoInfo

