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Horta apuesta por una cocina honesta, estacional, con una carta breve.
Es el proyecto de una pareja joven que se inspiró en su experiencia de vida en Portugal.
Horta queda en Villa Crespo, en una zona que de día no suele enamorar. El caos de Juan B. Justo y el ruido que rebota entre colectivos y talleres no invita precisamente a la pausa. Pero cuando cae la noche y el barrio baja un cambio, el restaurante brilla: es ahí cuando abre sus puertas y demuestra por qué la Guía Michelin Argentina 2025 lo incorporó entre sus recomendaciones.
Detrás del proyecto no hay inversores escondidos ni fórmulas importadas. Están Lucas y y la pehuajense Clara Chavarría, una dupla joven que apuesta por una cocina honesta, estacional, con una carta breve y pensada según lo que la naturaleza ofrece en su mejor versión. Todo se hace en casa, desde panes y pastas hasta los helados. Esa vocación artesanal fue una de las razones que atrapó la mirada del sello francés.
El espacio abrió a fines de agosto de 2024 y, en apenas unos meses, logró lo que muchos persiguen durante años: una mención en la guía Michelin. Ese reconocimiento potencia algo que se percibe desde el minuto uno: la calidez del lugar, la dedicación del equipo y esa sensación -difícil de fabricar- de que cada detalle está ahí con sentido.
Cómo es Horta
La cocina de Horta es, en parte, la biografía de Clara Chavarría y Lucas. Ella nació en Pehuajó, él en Necochea; ambos llegaron a Buenos Aires para estudiar y se conocieron trabajando en telecomunicaciones. Sin embargo, en sus familias ya había señales de un destino común: en la de Clara, la tradición carnicera y los asados del campo; en la de Lucas, el legado panadero y una vida atravesada por proyectos culinarios.
En 2021, en plena pandemia, decidieron mudarse a Portugal para explorar nuevos rumbos. Allí Lucas profundizó su formación gastronómica en cocinas muy diversas -desde restaurantes de gran volumen hasta un bistró francés estacional que terminó siendo una inspiración directa-, mientras que Clara trabajó en comunicación y en salas que despertaron su interés por el vino y el cuidado del producto.
Ese recorrido compartido los impulsó a crear su propio espacio. A fines de 2023 regresaron a Argentina con una idea clara y la voluntad de transformarla en bistró; un sueño que terminó materializándose en Horta.
La fachada es tan discreta que más de un distraído pasa de largo. Sin carteles estridentes ni promesas grandilocuentes, el ingreso anticipa lo que sucede adentro: un espacio limpio, cálido, donde la madera del mobiliario suaviza la simpleza estética. Y la sonrisa de Clara, la verdadera anfitriona del lugar, hace el resto. Camina entre mesas, conversa con visitantes de todos lados y cambia de idioma con la misma naturalidad con la que sirve una copa.
Al fondo se despliega la cocina, separada por una barra de microcemento. Es completamente abierta, un escenario donde todo se muestra tal cual es. De un costado, un ventanal circular conecta con el patio trasero, cargado de vegetación nativa.
Ese patio es casi un mundo aparte: tiene una gran mesa comunal en forma de aro, con capacidad para 14 personas. “El patio fue pensado como un espacio de encuentro y más relajado. Nuestra gran mesa comunitaria invita a compartir y conversar, pero en el centro de la misma, la caña de bambú atraviesa el espacio y genera una sensación de intimidad: permite estar cerca de los demás sin perder cierta reserva, como un gesto sutil que equilibra lo colectivo y lo personal”, explica Clara. Y sí, funciona: se puede conversar con otros… o perderse en la charla de a dos sin sentirse observado.
La luz tenue, el ritmo tranquilo del servicio y la ausencia de artificios hacen que el espacio se sienta honesto. Nada sobra, nada falta. Es un lugar que invita a quedarse un rato más. Y si la compañía es buena, a estirar ese rato hasta que se haga costumbre.
La cocina fusiona ingredientes locales, recetas de la infancia e influencias de viajes en platos que buscan equilibrio entre sabor, contraste y textura. “La inspiración viene del recuerdo, de nuestros viajes, de nuestra experiencia en Portugal y de la investigación constante. Probamos, ajustamos y cuando nos convence, lo llevamos a la carta”, dice Clara. Trabajan con pequeños productores que aportan vegetales, quesos, pesca y carnes de temporada.
La huerta propia también es protagonista: un espacio pequeño pero cuidado, donde crecen hierbas, flores, kale, tomates, cebollas y aromáticas que usan en distintas preparaciones. “Queríamos una conexión real con los productos que usamos; ver crecer lo que después llega al plato”, cuenta Clara. De allí salen la salvia de los tortellini, el kale de la entrada de langostinos, las flores para decorar y hasta la menta y el romero de los cocktails.
El menú es corto, dividido en entradas, principales y postres, con opciones vegetarianas, veganas, sin gluten y sin lactosa. A eso se suman los fuera de carta, que varían según la micro-temporada: “Muchas veces se transforman en platos fijos del menú según la aceptación; otras duran un par de días y van cambiando”, explica Clara.
Entre las entradas sobresalen los langostinos trufados con socarrat, puré de arvejas y bisque ($ 17.500); y los dados de tapioca y trucha, crujientes, suaves y adictivos ($ 16.500). Uno de esos bocados que obligan a mirar al acompañante con cara de “probá esto ya mismo, por favor”.
Los tortellini de mousse de parmesano estacionado con manteca, salvia y nuez son un clásico desde el primer día: delicados, perfumados, cálidos ($ 28.000). Las carrilleras -los mofletes del cerdo, otro plato imperdible, muy popular en Portugal- llegan acompañadas de puré de papa ahumada y vegetales de estación, armando un plato que reconforta ($ 29.500).
El cierre dulce lo marca una ganache de chocolate 70 % con helado artesanal de banana asada y crumble ($ 14.000). Suave, profundo, ideal para compartir… o no, si la confianza todavía está en etapa de construcción.
La cava de vinos está a cargo de Clara, que selecciona etiquetas de bodegas pequeñas y medianas de todo el país, todas con filosofía de baja intervención. La carta rota seguido y siempre hay buenas opciones por copa: espumosos, blancos, naranjos, rosados, tintos ligeros y otros más intensos. El maridaje sale fácil, casi natural.
Horta es un lugar para invitar a alguien que lo merezca. Porque Horta es intimidad, es dedicación, es interés y es sobre todo una propuesta que se siente genuina. Tiene esa combinación de profesionalismo y calidez que convierte una cena en un recuerdo. Dan ganas de quedarse charlando. Dan ganas de volver. Y, sobre todo, dan ganas de que a Lucas y Clara les vaya tan bien como su cocina merece.
Horta. Aguirre 1080, Villa Crespo. Instagram: @horta_ba
Fuente: Clarin.

